Javier Ruiz Nochebuena
En las últimas semanas, al dialogar con profesionales de diversos niveles en múltiples empresas, he observado una preocupante desconexión respecto a eventos globales recientes.
La aparición de empresas chinas como DeepSeek, los movimientos políticos en Estados Unidos que están alterando los equilibrios internacionales y la implementación de nuevos aranceles en México son fenómenos que, sorprendentemente, muchos empleados y ejecutivos no han dimensionado ni comprendido en cuanto a su impacto real.
Esta situación refleja una carencia profunda en el liderazgo actual: no estamos alertando ni movilizando a nuestros equipos para enfrentar los riesgos y desafíos que se avecinan. Las prácticas de liderazgo tradicionales resultan insuficientes; es imperativo un cambio urgente hacia enfoques que respondan con eficacia a las nuevas realidades.
Históricamente, el término “líder” proviene de la raíz indoeuropea leit, que designaba a la persona que portaba la bandera al frente del ejército en batalla, usualmente siendo la primera en caer ante el enemigo. Su sacrificio servía para alertar al resto sobre el peligro inminente.
Pero hoy los tiempos han cambiado, y también deben hacerlo nuestros paradigmas de liderazgo. Las teorías contemporáneas señalan una transformación necesaria hacia lo que Ronald Heifetz, Alexander Grashow y Marty Linsky han llamado liderazgo adaptativo: una forma de conducción basada en la capacidad de ajustarse a entornos inciertos, complejos y cambiantes, movilizando a las personas para enfrentar desafíos que no tienen soluciones claras ni precedentes.
A diferencia del liderazgo tradicional centrado en la autoridad o el carisma, el liderazgo adaptativo promueve la colaboración, el cuestionamiento y el aprendizaje continuo como herramientas esenciales para enfrentar el cambio. Este tipo de liderazgo exige que los líderes comprendan a fondo el tejido político de sus organizaciones, identifiquen los intereses ocultos, los valores que guían a cada actor y los riesgos que cada transformación podría implicar. Se trata de reconocer los “elefantes en la habitación”, aquellos temas incómodos que nadie se atreve a tocar, y de asumir que la responsabilidad del futuro organizacional no recae solo en la alta dirección, sino que es compartida por toda la comunidad laboral.
La adaptabilidad se convierte así en una cualidad central. En un entorno empresarial marcado por la disrupción tecnológica, la transformación digital y la volatilidad geopolítica, los líderes deben estar preparados para rediseñar sus estrategias con rapidez, aprender constantemente y fomentar una cultura de innovación. Según datos del Foro Económico Mundial, el 45% de los CEO a nivel global temen que sus empresas no sobrevivan la próxima década si no emprenden una profunda reinvención, impulsada por cambios en el clima, avances en inteligencia artificial y nuevas tensiones geo-económicas.
Estamos ante una encrucijada que exige líderes capaces de renovarse y adaptarse a horizontes inciertos. El liderazgo, una vez más, se erige como un factor decisivo en la historia ante los hechos presentes. Sin embargo, este nuevo liderazgo rompe con el modelo heroico del líder que avanza solo, bandera en mano, listo para sacrificarse. Hoy, necesitamos líderes que se conviertan en catalizadores del cambio, que impulsen a sus equipos a encontrar soluciones innovadoras y sostenibles. No basta con sobrevivir. Se trata de prosperar en la adversidad, de crecer en medio del caos.
En este contexto, cabe preguntarnos: ¿Estamos, como líderes, verdaderamente preparados para transformarnos y guiar a nuestras organizaciones hacia un futuro próspero en medio de la incertidumbre?